Rabasa es un lugar olvidado situado en los márgenes de la ciudad de Alicante, un territorio de resistencia al progreso donde el deseo antisocial de apartarse del mundo y huir del presente lo convierten en un refugio de libertad. En una sociedad acelerada y dominada por el utilitarismo, los paisajes de nuestras ciudades se han visto forzados a responder a las lógicas productivas que dominan todos los ámbitos de nuestra existencia. Al igual que sus habitantes, el paisaje del presente debe aportar rendimientos y beneficios económicos. Pero ¿qué sucede con aquellos lugares que no son capaces de reconvertirse eternamente para aguantar el asfixiante ritmo de extrema competencia neoliberal? ¿A dónde van a parar esos paisajes que son abandonados por la maquinaria centrifugadora del progreso y expulsados hacia los márgenes de la ciudad, hacia ese limbo transitorio entre la ciudad y el campo? Esa zona limítrofe que lejos del bucólico espíritu pastoral se queda también corto para ser calificado siquiera como extrarradio. Esa zona cero en continuo conflicto por el uso de un suelo sobre el que planea la eterna amenaza de ser urbanizado.
Rabasa pone en valor la utilidad de un paisaje inútil, defendiendo la necesidad de lo que no es necesario. Se manifiesta calmadamente y sin aspavientos desde unas imágenes tranquilas, suspendidas en el tiempo, la no recuperación y la no restauración de estos lugares vacíos y abandonados a su suerte. Esos espacios que se enriquecen en su abandono y donde el olvido alimenta la diversidad de un territorio que el paisajista y ensayista Gilles Clément denominó como “el tercer paisaje”: unos territorios que “no expresan ni el poder ni la sumisión al poder” y que precisamente por ese motivo devienen lugares susceptibles de ser aprehendidos de un modo totalmente libre.
Contemplar desde la distancia estos terrain vague de la periferia y empatizar con ellos nos hace posicionarnos políticamente de la forma más sutil de todas, casi sin darnos cuenta. Entendemos ahora al mirar las fotografías que, en contra de lo que solíamos pensar, esos lugares son fundamentales para la ciudad. Ya no son el desecho marginal de una periferia peyorativa sino islas vacías de actividad, oasis que parecen estar detenidos en el tiempo, lugares olvidados y obsoletos en los que en la ausencia de uso y en su inutilidad esconden su radical sentido de libertad, su firme posicionamiento ante la vorágine del presente. Se convierten en espacios de lo posible.